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Capítulo 4
El taxi la dejó en la puerta de su hotel, cubrió el vestido roto con el chal y apresuró el paso por la
recepción hasta llegar al ascensor. Agradeció que encontró uno abierto, entró y marcó el piso de la
habitación que había tomado para ocultarse por las próximas horas. El temblor de sus manos se había
extendido a todo su cuerpo. Le escribió un mensaje a Rania para avisarle de que todo había salido
según lo planeado y que estaba de nuevo en la habitación del hotel.
Apagó su móvil.
Quería llegar a su habitación y acurrucarse en la cama, olvidarse de todo, no quería habla, necesitaba
ese tiempo para recomponerse. Volvería a casa de Ivanna al día siguiente, quería estar en un sitio
donde se sintiera protegida cuando todo se descubriese. A duras penas contuvo las ganas de correr,
llegó a su habitación y se arrojó en la cama, llorando con desconsuelo. Maldijo mil veces a su padre
golpeando la almohada hasta que se canso.
Recordó lo que había sentido en brazos de Mikhail, cómo había enloquecido de deseo con su primer
beso, cómo olvidó todo mientras la llevaba a la cama.
El dolor la había hecho volver de ese mundo de ensueños, en ese momento quiso empujarlo, pero
contuvo las ganas, tuvo que morderlo para no decirle que la estaba lastimando, Mikhail estaba perdido
en el deseo, no se dio cuenta de que era su primer amante y, ella lo prefirió así a tener que responder
todas las preguntas que él le haría de haberse enterado, no era el momento de dar explicaciones.
Decían que la venganza era un plato que debía servirse frío, pero ella se había calentado. y en ese
momento no sabía bien lo que sentía, pero la opresión que sentía en el pecho no le dejaba respirar bien.
Se obligó a levantarse para ir al baño, abrió el grifo de agua caliente, puso a llenar la bañera y agregó
unas sales, volvió a la habitación y revisó el minibar. Tomó una botellita de whisky, se desvistió, recogió
su cabello y se metió en la bañera, destapó la botella y se la tomó en dos tragos, sintió la bebida
calentarla por dentro, poco a poco los temblores remitieron.
Su mente volvió al pasado, al momento en que conoció a Mikhail.
Jelena se vistió con sus mejores ropas y peinó su cabello. Su madrastra Anika quería que ella usase un
vestido escotado, pero su padre dijo que a su prometido y a su hermano les molestaría, algo que
agradeció porque ella era una chica conservadora que no le gustaba andar exhibiéndose.
Estaba preocupada porque le había salido una erupción en la piel, no le gustaba el jabón que Anika
usaba, desde que lo había cambiado su piel picaba y estaba enrojecida. Habló con el ama de llaves que
era la encargada de las compras y le pidió que le comprara el que siempre había usado, pero su
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Ese día le dijo a Jelena que las cosas cambiarían en esa casa, «y vaya que cambiaron» pensó con
frustración la chica. Comenzando por su padre que la trataba con fría indiferencia, desde la llegada de
Anika, le había quitado toda autoridad con los sirvientes y se la había dado a su
esposa. La hija de su madrastra, Natacha, era una chica de quince años que la miraba con desprecio. Al
principio Jelena la había tratado con amabilidad hasta que se dio cuenta de la chica no perdía
oportunidad de malponerla con su padre.
Jelena, que no tenía un ápice de sumisión en todo su cuerpo no se quedaba callada, por lo que las
peleas eran descomunales. Lo peor de todo era que su padre le creía a Natacha y a la bruja de su
madre. En sus regaños, Iván le decía que debía tratarla como una hermana. ¡Nunca! Esa chica era una
vibora presuntuosa que aparentaba ser toda dulzura ante su padrastro.
Su casa cada día se parecía más a Anika, poco a poco su hermoso hogar se convertía en una
residencia decorada con un gusto vulgar y ostentoso.
Se preguntó si su repentino compromiso se debía a la intervención de su madrastra, pero desechó la
idea. Desde pequeña su padre siempre le había dicho que le encontraría un buen esposo y cuando le
notificó de su compromiso le dijo que se casaría con Mikhail Kuznetsov un joven con muy buen carácter
que pertenecía a una de las familias más ricas del país. Mientras terminaba de arreglarse, miró su
reflejo en el espejo y se evaluó. Tenía un bonito y largo cabello castaño tirando a rubio, sus ojos eran
grandes y de color dorado, era lo más llamativo de su rostro, estaba un poco gordita, esperaba que con
dieta y ejercicio pudiera rebajar esos pocos kilos de más, sin embargo, en ese momento no podía hacer
nada. Esperaba gustarle a su prometido, aunque la bruja decía que no importaba mucho si le gustaba,
igual se casaría con ella gorda y fea como estaba. Se volvió a dar un último repaso en el espejo «no soy
fea» se dijo antes de salir de su habitación.
Su padre y el jefe de la familia Kuznetsov habían llegado a un acuerdo, según su papá faltaba concretar
algunos detalles, pero a los efectos ya estaban comprometidos, aunque la boda se realizaría en unos
años cuando fuera mayor de edad. Jelena, se dijo que no era la gran cosa, desde muy pequeña, su
papá le dijo que sería él quien concertaría su boda y que era su deber como buena hija cumplir con ese
compromiso.
Jelena recordó la vez anterior en la que visitó a su hermana Katerina en ese mismo palacio, en ese
momento se había quedado impresionada por lo grande y ostentoso del lugar. No había vuelto a ver a
su hermana desde entonces, su padre le había dicho que se había marchado a vivir a Londres y no
había regresado nunca más. Su prometido era uno de los hijos del difunto esposo de Katerina por lo que
se preguntó si volvería a verla, aunque no estaba muy entusiasmada con el asunto. La vez anterior la
trató con fría indiferencia por lo que, para Jelena se había roto el afecto que pudo haber nacido entre
ellas por su relación de hermanas.
Un sirviente los hizo pasar a un salón, allí su padre le dijo que esperara mientras él terminaba de
arreglar unos asuntos con su prometido y su hermano, el jefe de la familia. Un poco nerviosa la joven se
sentó en el amplio sofá a esperar, estaba sola y al no tener con que entretenerse se puso más inquieta.
Sin poder contenerse se levantó y comenzó a caminar por el salón.
-Buenas tardes, tú debes ser Jelena.
La voz provino de una señora de edad, pero aún hermosa y muy elegante que entró en la estancia sin
que la chica se diera cuenta. -Sí, señora, soy Jelena.
-Mi nombre es Alexandra y soy la tía de tu prometido.
-Es un placer conocerla, señora Alexandra –respondió Jelena con educación.
-El placer es mío, déjame verte bien, jovencita.
Jelena se preguntó con ironía si le examinaría los dientes, sin embargo, se acercó a la mujer.
-Te convertirás en una mujer muy hermosa.
-Gracias, señora Alexandra.
-Puedes llamarme tía Alexandra.
La anciana la entretuvo preguntándole cosas y charlando mientras esperaban. Le gustó la dama, era
agradable y eso la tranquilizó, porque pensó que era bueno que se llevara bien con la familia de su
novio.
Su padre regresó con una sonrisa en el rostro, que ella le devolvió en respuesta. Él podía ser
encantador cuando estaba contento, además, su sonrisa significaba que había logrado condiciones
favorables para su boda, aunque deberían esperar al menos cinco años para casarse. Cosa que le
alegraba, porque así no debería dejar a Karlen tan pequeño; Anika no se ocupaba mucho de él. En
cinco años su hermano estaría estudiando en Londres, y ella se podría casar sin tener esa
preocupación encima. Se despidió de la tía de su novio y camino detrás de su padre para conocer a su
prometido, entró en el despacho del señor Kuznetsov y sus ojos ansiosos buscaron a quien sería su
marido. Al verlo se emocionó, era hermoso, alto, guapo, de ojos verdes y cabello oscuro. La sonrisa de
Mikhail vaciló un poco al verla, pero fue amable cuando habló con ella. Jelena se ruborizó por sus
atenciones, perdió la noción de lo que se hablaba en ese momento ocupada en mirar a su novio.
Cuando salió de su estado de ensoñación, se dio cuenta de que su padre caminaba hacia la salida, se
despidió apresuradamente y corrió detrás de él para alcanzarlo. Su sorpresa fue grande cuando este
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prometido.
-Jelena, ¿no escuchaste lo que dijo tu padre? -preguntó el señor Dimitri con amabilidad. Negó con la
cabeza mirándolos aturdida, su padre se iba y ellos la entretenían preguntándole cosas, trató de
seguirlo cuando la voz del hombre la frenó. -A partir de ahora vivirás con nosotros, serás enviada a
Inglaterra a estudiar. -¡No! -exclamó Jelena-, jno puedo dejar a Karlen!
Salió corriendo de la estancia y alcanzó a su padre en los jardines. Asustada, se abalanzó sobre él para
abrazarlo como cuando era una niña pequeña y tenía miedo. Él la tomó de los brazos y la separó de su
cuerpo.
-¿Qué crees que haces? Debes quedarte aquí porque esa fue una de las condiciones que negocié con
la familia Kuznetsov.
-Por favor, padre, aún no puedo dejar a Karlen, él me necesita. Pero en tres años se irá a estudiar a
Inglaterra, y yo podré volver para casarme -suplicó. Sus expresivos ojos reflejaron el dolor de pensar en
separarse de su hermano. Karlen la necesitaba y ella no podía dejarlo aún porque era muy pequeño,
además, ella no quería ir a Europa, quería quedarse allí, cerca de su familia. El temor a su incierto futuro
la puso a temblar.
-¡No! Te quedarás aquí porque tu prometido así lo exigió, Anika se ocupará de Karlen. Ya estoy cansado
de oír quejas sobre tu comportamiento, debes irte para que mi esposa pueda tomar el lugar de la señora
de la casa sin tu interferencia, es su posición no la tuya -dijo cruelmente.
Aturdida, Jelena vio a su padre alejarse. Se quedó largo rato observándolo marcharse sin mirar atrás,
como si no acabara de dejar a su hija en una casa extraña, como si ella no le importase; cuando, hasta
el momento de su boda con Anika, había sido su niña consentida. Con la cabeza gacha y conteniendo
las lágrimas volvió sobre sus pasos, quería hablar con el señor Dimitri y con su prometido sobre su
situación, quería pedirle a Mikhail que la dejara ir con su padre. Entró al palacio y buscó el despacho del
señor Kuznetsov. La puerta estaba entreabierta y, al llegar, escuchó a su prometido hablar, sus palabras
la impactaron, la decepcionaron y lastimaron profundamente.
-Pensé que sería hermosa como sus hermanas. Tiene sobrepeso, acné y los dientes torcidos.
-Son cosas que pueden mejorar – dijo el señor Kuznetsov-, hablaré con Katerina para que se ocupe de
ella.
Jelena retrocedió sobre sus pasos, las lágrimas corrían por sus ojos, a ciegas, encontró el salón donde
estuvo esperando con la señora Alexandra y se sentó. Lo odiaba. ¿Cómo se atrevía a hablar así de
ella? ¿Por qué accedió a casarse sin haberla visto? ¡Oh!, pero le haría tragarse sus palabras, se
arrepentiría de haberla humillado de esa manera.
Esa fue la primera de las muchas que sufrió en el transcurso de los años. Jelena se juró a sí misma que
en un futuro se las cobraría.
Y su plan estaba en marcha, lo había hecho, ahora debía esperar las consecuencias.