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CAPÍTULO 15. “Que quiera a tu hija, no significa que te quiera a ti” Aquella sensación de certeza
invadió a Nathan King incluso antes de que el hombre frente a él señalara la foto de Amelie.
-Esa es ella —respondió sin titubear el guardaespaldas. -¿Estás seguro? —preguntó Nathan, solo
como un reflejo condicionado. – Claro que sí, yo mismo la vi, señor. Vi como esta mujer corrió hacia el
coche para salvar a Sophia de él. La camioneta la golpeó, la mandó rodando unos metros… Si no
hubiese sido por ella, su hija habría muerto en ese accidente. Nathan y Paul se miraron y poco
después el guardaespaldas se retiraba. – ¿Cómo sabías que era ella? – le preguntó el abogado. – La
pulsera de San Cristóbal que llevaba en la foto —respondió Nathan-. Mi hija lleva una de esas
medallitas colgando del cuello desde aquel día. Nathan cerró los ojos un instante, aquella impactante
revelación lo estaba dejando sin aliento. Las pistas le habían llegado lentas, pero antes que todo
bastaba ver la reacción tan diferente de su hija cuando convivía con Stephanie a cuando pasaba
tiempo con Amelie.
– Entonces es oficial, los Wilde creyeron que podían verte la cara -dijo Paul-. No es por echar leña al
fuego pero debo decir que tú te lo buscaste con esa tontería de casarte con una mujer que no
conocías. Nathan gruñó con frustración. Odiaba escuchar un “Te lo dije”, pero sabía que su abogado
tenía razón. 1
-Vamos a repasar los hechos: Meli salvó a Sophia, se lastimó. Probablemente lo haya contado en la
casa o ellos se hayan dado cuenta… – murmuró.
– Luego identificamos el auto como perteneciente a los Wilde y asumimos que era Stephanie quien
había salvado a Sophia. Llegaste tú y les hiciste la propuesta más tentadora de la historia para gente
ambiciosa como ellos – añadió Paul.
– Y los Wilde aprovecharon la oportunidad -gruñó el CEO—. Hicieron pasar a Stephanie como la-
salvadora de mi hija para ganar un buen matrimonio, cuando realmente le correspondía a Meli.
Probablemente le hayan ocultado eso como le ocultaron su herencia.
– …O no -açlaró el abogado encogiéndose de hombros—. De nuevo, no es por avivar el fuego,
pero….
-¡Ya deja de decir eso! – rezongó Nathan—. Tú eres un “avivador” profesional,
ya suéltalo.
-Pues yo creo que la chica sí lo sabe y no ha dicho nada para no casarse contigo.
Nathan se puso rojo ante aquella declaración.
—¿Cómo se te ocurre decir eso? ¿Olvidas que soy el hombre más codiciado de la ciudad? — le
espetó—. Mencióname una sola mujer que no esté detrás de mí.
-Pues mencióname tú a una sola mujer que te haya dado dos bofetadas por besarla… ¡Ah, sí, Amelie
lo hizo! 2
-¿Cómo sabes…?
Follow on NovᴇlEnglish.nᴇt-Soy un diablo viejo, yo lo sé todo – rio Paul-. La cuestión es que el hecho de que la muchacha quiera
a tu hija, no significa que te quiera a ti. Después de todo ustedes empezaron con muy mal pie… o muy
malos tacones. 2 Nathan gruñó con fastidio y se cruzó de brazos. ¿Sería cierto? Prefería la posibilidad
de que los Wilde hubieran obligado a Amelie a callarse, pero la verdad era que dudaba que alguien
pudiera hacer callar a aquella mujer. Entonces… ¡ella lo estaba rechazando?
-¿¡Es una jodida broma!? ¡Ella es una chiquilla y yo soy un partidazo! -exclamó.
– Ella es una mujer, no una chiquilla – le advirtió Paul-. Si yo fuera tú, me aseguraría de esta vez
mantener cerca a la mujer QUE SÍ le agrada a tu hija. El problema es que a esta no la veo muy
dispuesta a quedarse contigo. Te lo digo desde ahora: no vas a poder convencerla.
Y el problema era que Nathan King no sabía cómo convencer a una mujer como Amelie. No podía
simplemente ir y decirle que debía ser su esposa y la madre de Sophia, porque probablemente ella se
reiría en su cara. “Que quiera a tu hija, no significa que te quiera a ti”, esas palabras estuvieron
resonando en el pensamiento de Nathan durante los siguientes días, cada vez que veía a Amelie
llegar para visitar a Sophia tras su enfermedad. Pasaba las tardes con la niña, pero ni se inmutaba
preguntando por él.
Stephanie, por supuesto, seguía en el hospital y Nathan estaba encantado con eso. Le había dicho a
los Wilde que en cuanto fuera dada de alta debía ir a cuidar de Sophi, así que ya imaginaba las
muchas dolencias que se estaba inventando para quedarse en el hospital. Mientras, Amelie venía
después del trabajo a quedarse con la niña. Hacían tareas, aprendían materias. Parecían felices y
unidas… ¡y él no pintaba nada entre ellas dos!
Amelie, por su parte, respiraba profundo cada vez que tenía que atravesar las
puertas de aquella mansión. Ya no podía negar que Nathan King la ponía demasiado nerviosa. *
– Es que si no fueras tan bocona, él no se ensañaría contigo, Meli, pero es que tienes que responderle
a todo. ¿Por qué eres tan rebelde? -se regañaba ella misma, pero luego recordaba por qué, y se le
pasaba. 2 Nathan King le producía demasiadas reacciones que no debían ser muy correctas, como si
se le aflojaran las rodillas junto con todo lo demás en su cuerpo. Apenas cerraba los ojos volvía a
sentir su aliento caliente sobre su cuello, sus dientes sobre su piel o su lengua dentro de su boca. Y
aquel sentimiento de odiarlo por todo y pensar en él cada segundo la estaba volviendo loca.
– ¿Puedes cocinar algo hoy para mí? —preguntó Sophia pocos días después—. ¿ Por favor?
Amelie la miró con una sonrisa.
– Claro, si me dices cuál es tu comida casera favorita. -Pues no lo sé… – murmuró la niña-. Las
mamás hacen comida casera, pero yo no recuerdo a mi mamá, así que solo comemos gourmet en la
casa. Lo hace un chef.
– No te preocupes, podemos cocinar algo delicioso. ¿Tienes algo en mente?
Sophia frunció el ceño mientras pensaba en ello.
– No sé… ¿quizás algo con pasta? – dijo con dudas—. Podríamos tener una receta especial de
nosotras o algo así. Amelie pensó en buscar en internet y hacer algo sencillo, pero recordó una receta
que solía hacerle su madre.
-Sé exactamente lo que vamos a hacer -le dijo, con una mirada misteriosa en sus ojos—. Mi madre
solía cocinar para mí cuando era pequeña, y tenemos justo la receta que necesitas.
La niña aplaudió de emoción, y Amelie se puso manos a la obra inmediatamente. Le encantaba
cocinar y era agradable que Sophia la ayudara con cosas simples. Rápidamente hizo una lista y
decidió preparar pasta casera con tomates frescos y albahaca, junto con una ensalada ligera y pan de
nueces para acompañar.
-Meli… ¿podemos invitar a mi papá a comer? – preguntó la niña con un puchero -. Es que él trabaja
mucho y se olvida de comer, así que yo me encargo de alimentarlo.
-Sí, claro que podemos invitar al “ogruto” a comer – accedió Amelie-, pero solo si le pones una cinta en
la boca para que no hable.
-¿Y por dónde comerá? – Buen punto, pero a la primera protesta lo envías a comer solo al rincón. ¿De
acuerdo?
– ¡De acuerdo! -exclamó Sophia y Nathan sonrió detrás de la puerta, escuchando cómo ponían manos
a la obra.
Sophia estaba entusiasmada. Sabía lo mucho que le gustaba a su padre la buena comida y no podía
esperar a ver su reacción cuando probara la deliciosa receta de pasta casera de Amelie.
Mientras trabajaban en la cocina, Sophia parloteaba con entusiasmo sobre todas las cosas que quería
hacer con su padre cuando llegara el fin de semana: ir de picnic al parque o visitar uno de los muchos
museos de la ciudad. Finalmente, la comida estaba lista.
– Invita también al abuelo – la animó Amelie, porque cuanta más personas para distraer la atención
del CEO, jmejor!
Nathan no se hizo repetir dos veces la invitación y entró en la cocina sin decir ni una palabra.
– ¡Ni una protesta! – le recordó Sophi.
– Ni una, lo prometo – accedió él, levantando sus ojos para mirar a Meli, pero ella esquivaba su mirada
en todo momento.
Los King cenaron esa noche en la cocina, por primera vez en muchos años. La mesa estaba llena de
platos deliciosos y todos estaban disfrutando de ellos. Nathan estaba sentado junto a Sophia, quien no
paraba de contarle sobre su aporte a la receta, y él prestaba atención a cada detalle que su hija le
contaba.
Amelie observaba la escena con un nudo en la garganta. Era obvio que Nathan era un buen padre y
que adoraba a la niña, por eso era tan difícil comprender que quisiera darle una madre como
Stephanie.
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De cuando en cuando Nathan la miraba, en medio del silencio, pero era un silencio cómplice en el que
se podía sentir la magia de la atracción entre ellos. Cuando terminaron, Sophia se puso en pie y
anunció que quería té.
-Y deberías hacerlo tú, papá. – ¿Yo? -se asombró Nathan. -Sí, tú. Dice Meli que toda la familia debe
aportar a los buenos momentos, ella y yo cocinamos… -¡Y yo lavaré la vajilla! — dijo el abuelo King.
– ¡Exacto, el abuelo lavará la vajilla! -confirmó Sophia—. Tú eres el único que no ha hecho nada, así
que deberías hacer el té. Y era un razonamiento tan apropiado que Nathan no pudo negarse, así que
cuando Amelie se puso de pie para ayudar al abuelo a recoger los platos, Nathan la detuvo con un
gesto.
– Déjame hacerlo – le dijo -. Sophia tiene razón, ustedes cocinaron así que el abuelo y yo nos
encargaremos a partir de ahora. A Meli no le quedó más remedio que asentir y se fue con Sophia a la
terraza, pero diez minutos después el abuelo James se les unía. -¿Qué pasa, abuelo? —preguntó
Amelie, viendo al anciano reírse por lo bajo. – Ver a mi nieto tratando de hacer té es demasiado
gracioso — explicó él, entre risas—. ¡Ese pobre muchacho no tiene ni idea! ¡Terminará incendiando la
cocina!
– ¡Pero si solo es hervir agua! -rio Amelie.
– ¡Pues te garantizo que hasta esa la va a quemar! -El abuelo se desternillo de risa, pero Amelie
sacudió la cabeza, porque para ella realmente era probable que Nathan incendiara algo.
– Meli ¿puedes ir a asegurarte? – le pidió la niña con un puchero y luego le advirtió a su abuelo que
iba a regañarlo por burlarse de su papá. Amelie respiró profundo y regresó a la cocina para ver por
qué Nathan demoraba tanto.
Lo encontro de espaldas, con los brazos en jarras y contemplando la tetera como si fuera a atacarla.
Amelie pasó saliva cuando se fijó en la forma tan sexy en que aquel suéter negro le delineaba la
espalda. Solo tenía afuera los antebrazos, fuertes y cubiertos por un vello muy fino y rubio. Se veía
hermoso y muy muy muy muy concentrado.
-¡CEO King! -exclamó Amelie y él dio un brinco asustado.
-¡La madre que la par…! – Nathan se volvió hacia ella y le dirigió una mirada asesina mientras volcaba
la tetera.
-¿Vio que cualquiera es torpe cuando lo asustan? – dijo Amelie levantando una ceja y antes de que él
se le acercara, desvió la atención—. ¿Cómo va ese té? -No sé qué hacer – reconoció Nathan,
volviendo la mirada a la tetera—. He seguido las instrucciones al pie de la letra y no pasa nada.
– ¿Y le ha puesto agua? – preguntó Amelie, sonriendo ante la expresión de incredulidad de Nathan.
-¡Pues claro! No soy tan idiota. – No, solo va a hacer té para un regimiento – dijo Amelie-. Esa es
demasiada agua. Meli desechó la mitad del agua y puso la tetera al fuego de nuevo. Luego se puso a
preparar las tazas y las bolsas. 2
– Realmente la parte más difícil es saber el gusto de cada cual — murmuró Amelie distraída–. Y
recordar que nunca, nunca, debe agarrar la tetera por… -el pitido de la tetera la hizo girarse y vio el
desastre justo un segundo antes de que pasara- . ¡Nathan!