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Aun así, Helen tenía el mal presentimiento de que Anastasia volvería de pronto a casa y se enteraría de
lo que pasó aquella noche. Si eso pasaba, perdería todo y estaría obligada a vivir como antes. Tras
pensarlo, se dijo a sí misma que no dejaría que eso pasara. Por eso, cuando Elías la llevó de vuelta a la
mansión después de comer, Helen invitó con timidez al hombre a pasar: —Elías, ¿te gustaría entrar a
tomar una taza de té? —No, gracias, aún tengo cosas que resolver. —Pero me da miedo estar sola y
quiero que me hagas compañía —dijo ella, intentando jugar con la simpatía del hombre al fingir estar
asustada. —Le pediré a Natalia que te acompañe. —Elías sacó su teléfono. —¡No, por favor! Nada
más quiero que me acompañes. —Pero, de verdad, tengo cosas que hacer en el trabajo. Quizá a la
próxima. —Él la miro con gentileza—. Que descanses, buenas noches. A Helen la decepcionó
escuchar la respuesta del hombre, pero su actitud dócil la detuvo de seguir insistiéndole, por lo que
asintió con amargura: —Bueno, está bien. Al observar el coche de Elías, ella se mordió el labio
mientras deseaba poder estar abrazada de él. «¡Juro que algún día será mi hombre! Seré la mujer que
todas envidarán», pensó. Mientras tanto, Anastasia decidió pasar su maravilloso día revisando algunos
puntos de venta con Fernanda. Como el tiempo pasaba rápido, ella dio el día por terminado y se fue del
trabajo más temprano, alrededor de las 4:30 de la tarde, pensando en que quería llevar a su hijo a casa
para que conociera a su abuelo. Por otro lado, Franco le había pedido a la cocinera de la residencia
Torres que preparara la cena para la llegada de Anastasia, pero Noemí se encargó de que la cocinera
solo preparara los platillos favoritos de su hija, sin considerar para nada en Anastasia. Pronto, la
sirvienta se acercó y preguntó: —Señora, el señor Torres dijo que los langostinos son los favoritos de la
señorita Anastasia, por lo que me pidió que los comprara. ¿Está segura de que no quiere que los
cocine? —Al contrario, cocine los langostinos, pero asegúrese de que sepan picantes, tanto que la
Follow on NovᴇlEnglish.nᴇtzorra desee no haberlos comido —respondió Noemí. En cuanto la sirvienta hizo lo que le pidieron,
Noemí se quedó pensando con rabia en las intenciones de Anastasia tras volver a casa. En su interior,
no podía evitar sentir que Anastasia había vuelto para recibir una parte de las riquezas, sobre todo
ahora que a Franco le había ido tan bien en la empresa y logró obtener una fortuna que superaba los
miles de millones de dólares. «Mientras yo sea parte de esta familia, Anastasia puede olvidarse de su
parte de la herencia». —Mamá, ¿sabes si Anastasia vendrá a cenar? —Érica entró con frustración. —
Tu papá insistió en que viniera a la cena —contestó, asintiendo con la cabeza—. Yo no pude decir nada
al respecto. —Han pasado cinco años. Me pregunto cómo estará —expresó mientras fruncía los labios.
—¿Qué tan bien le podría estar yendo en la vida? Ni siquiera terminó sus estudios universitarios cuando
se fue de aquí a los 19 años. Para mí que volvió solo por la herencia porque le cuesta llegar a fin de
mes —gruñó Noemí, insatisfecha. —No debes dejar que me quite lo que es mío, mamá. Me pertenece
todo lo que es de mi papá —dijo Érica con audacia, como si fuera la verdadera heredera de la herencia
de su padre. —Por supuesto, no tiene nada que ver con la herencia para nada —contestó la otra con
firmeza. —De acuerdo, iré a maquillarme y a ponerme mi nuevo vestido. —Tras decir esto, Érica subió
las escaleras, creyendo que debía demostrarle a Anastasia que su lugar en la familia Torres era
irremplazable. En cambio, Anastasia tomó un taxi y se dirigió a la residencia Torres con su hijo luego de
enseñarle qué debía hacer. Por fortuna, su hijo era un niño inteligente que entendía lo que le dijera ella,
derritiéndole el corazón tanto que lo abrazó y lo besó. —¡Ese es mi niño querido! En el fondo, sentía
compasión por su propio hijo, pensando que tal vez lo tratarían diferente si hubiera nacido en otra
familia. Al mismo tiempo, le parecía irónico que su presencia fuera a ser poco acogedora en la casa de
su padre. Entre tanto, de casualidad, Franco se encontraba en la puerta de su casa, ya que había
salido de la oficina más temprano de lo normal porque no podía esperar a ver su hija, quien estuvo
apartada de él por cinco años. Al poco tiempo, vio que un taxi se acercaba en su dirección y este
caminó hacia el coche cuando se detuvo. Entonces, una señorita esbelta salió del vehículo, quien
resultó ser Anastasia; después, salió el pequeño detrás de Anastasia, dejando a Franco atónito por lo
que vio. «¿Cómo es que mi hija tiene consigo un niño que parece tener cuatro o cinco años? ¿Será que
está…?», pensó él, sin poder evitar sorprenderse. Mientras tanto, Anastasia miró a su padre, dándose
cuenta de lo mucho que envejeció después de cinco años. Por ese motivo, empezó a ser comprensiva
con lo que había pasado en aquel entonces, culpándose a sí misma por no haber mantenido contacto
con Franco. —Volví, papá. —Ella tomó a su hijo de la mano y se acercó a Franco. Luego, miró a su hijo
y le dijo—: Alejandro, saluda a tu abuelo. —¡Abuelo! —lo llamó el niño al levantar la vista. «¿Abuelo?»,
repitió Franco en su cabeza al haber sido tomado por sorpresa tras oír la voz del niño, mirándolo con
asombro. —¿Este es mi… nieto? ¿Ya tienes un hijo? —Sí, papá, su nombre es Alejandro y tiene tres
años y medio. Anastasia se negó a decirle la verdadera edad a Franco, ya que quería evitar que su
padre dedujera cuándo había dado a luz a Alejandro. —Tres años y medio de edad y ya es tan alto. —A
él le parecía increíble que ya tuviera un nieto tan guapo. —¡Sí! —sonrió Anastasia. —Y ¿qué pasó con
el padre de tu hijo? —le preguntó Franco. —Nunca viví con él desde que nació Alejandro —contestó
ella. —Sí, siempre viví con mamá todo este tiempo, abuelo —añadió el niño. Los ojos de Franco se
llenaron de lágrimas al darse cuenta de que no había hecho nada para ayudar a su hija a criar a su
nieto, pensando: «Soy un terrible abuelo. Lo peor de todo es que eché a mi hija de la casa hace cinco
años». —¡Yo soy el culpable! ¡Toda la culpa es mía, Anastasia! Por favor, perdóname. Te aseguro que
te lo compensaré. —Franco estaba abrumado por el sentimiento de culpa. —No es necesario.
Alejandro y yo nos la hemos arreglado bien. —Anastasia no quería que esto le pesara a su padre. —
¡Pasen! ¡Deja que te abrace, mi querido Alejandro! —Franco se agachó y lo abrazó, pensando que el
Follow on Novᴇl-Onlinᴇ.cᴏmniño estaba bien alimentado debido a su complexión robusta. Además de eso, le enorgullecía lo guapo
que era su nieto, ya que pensaba que Alejandro era el niño más apuesto que había visto jamás. En
cuanto Anastasia entró a la sala con su padre, Noemí vio a su marido cargando a un niño en sus
brazos, por lo que, sorprendida, le preguntó: —¿Quién es ese niño, querido? —Noemí, este es el hijo
de Anastasia. Tuvo un niño mientras vivió en el extranjero —anunció Franco con alegría, mostrando su
regocijo por la llegada de su nieto. Al fin y al cabo, su mayor arrepentimiento era no haber tenido un hijo
varón, aunque no tenía interés especial en tener uno. Por lo tanto, trató al hijo de su hija como el suyo,
pues Alejandro seguía siendo su descendiente de sangre. —¡¿Qué?! —Noemí quedó atónita al
enterarse de que era el hijo de Anastasia. —Mamá —la saludó Anastasia con frialdad. —¡Oh, querida!
No sabíamos que eras una madre después de cinco años. ¿Por qué no nos contaste nada? —Noemí
fingió mostrar preocupación, creyendo que era una jugada necesaria incluso frente a su esposo—.
¿Quién es el padre? ¿Por qué no está aquí? —Noemí, Anastasia está criando al niño por su cuenta —
intervino Franco, recordándole al instante que deje de hacer preguntas innecesarias. En ese instante,
Noemí pensó Anastasia usaría a su hijo para exigir una mayor parte de la herencia, viendo a ambos
como una amenaza aun mayor, al notar cuánto amaba Franco al pequeño. —¡Oh! ¡Una madre soltera!
¡Qué hazaña tan conmovedora y noble! —contestó Noemí con un tono sarcástico. Al parecer, al intuir lo
que indicaba el tono de Noemí, el niño la miró y le preguntó: —¿Quién es usted? —Saluda a tu
abuela. —Mi mamá dijo que mi abuela murió hace mucho. ¿Cómo puede ser mi abuela? —preguntó el
niño, delatando de manera indirecta las malas intenciones de Noemí con su inocencia y pureza. —¡Oh,
santo cielo, qué niño! ¡Qué maleducado! Anastasia, ¿por qué no lo enseñas a tener modales? ¿Cómo
esperas que viva con decencia cuando crezca? —Noemí cuestionó con molestia la crianza. —La
manera en que se comporte mi hijo no es de tu incumbencia —le contestó, defendiendo a su hijo.